domingo, 8 de noviembre de 2009

P.H.M.V. : Mireyita (Primera Parte)

Hoy en día no parece tan cliché hablar de la mamá.

Pareciera que nadie habla de la mamá en una composición artística o pseudointelectual. Es como si nos hubieran cortado el nexo emocional dentro del contexto de nuestra creatividad.

Quizás porque hablar de la mamá es considerado un poco ñoño, porque significa un poco acordarse de aquella persona que nos tuvo dentro suyo, ante la cual desde el principio fuimos, somos y seremos vulnerables. Quizás hay un temor, sobrenatural tal vez, que nos remite a algún ser metapoderoso que nos conoce tal cual somos y que nos ama a pesar de todo. 

Al parecer el síndrome aquel de tanta memés intelectual también me llegó y, ya sea por el descontrol horario del cual ha sido mi vida durante mi adolescencia o por el proceso de maduración para lograr mi independencia o por los traumas que tengo anclados en mi que me dejan con el cociente emocional de una lija o por las múltiples característica insensibles en mi hacia los más cercanos, es que debo admitir que mi madre ha sido dejada de lado por este Tuto tan warripilante: Si. El mismo que dice ostentar un destino escogido y wanshulero.

Lo siguiente es un ejercicio para lograr salir de mí mismo y encontrarme con mis raíces. Es un ejercicio que se relaciona con el ámbito ultraesencial de mi vida y que suele ser indiferentemente tratado por quien escribe. Es también un recordatorio y un autorrecordatorio sobre las enormes capacidades de los seres sencillos, cercanos y amorosos que viven en mi, aquellos que suelen pasar anónimos y a los cuales me debo. 

Mireya del Carmen Vergara Bustos nació en el hospital de Coelemu un 21 de octubre (no diré el año, porque a lo mejor no quiere que lo diga). Fue la primera de sus hermanos que nació en un hospital. Vivió la mayor parte de su niñez temprana en Guarilihue, un sector ruralísimo que queda camino a Tomé desde Coelemu. Sus papás eran Doña Melania Bustos y Don Carlos Vergara. Los recuerdos de su infancia transitan allí mismo en Guarilihue y Coelemu. A los cuatro años Don Carlos se quitó la vida, siendo Mireyita quien lo descubrió "jugando al columpio" colgado de un árbol con su cinturón, cuando a medio día lo salió a buscar al camino, como siempre, cuando volvía del trabajo a almorzar. Doña Melania ese día se desestabilizó emocionalmente durante la tarde a Mireyita con sus hermanos menores les dejaron en la casa de una vecina. 

De pequeña, antes de la muerte de su padre, él la llevaba a la casa de su abuela Nicomedes, una señora, según la propia Mireyita, bastante chucheta y mañosa. Junto a la abuelita Nico estaban la tía Carlina y el primo José Flores. Mireya visitaba la casa de la señora, la cual a veces la retaba por esas cosas que para los niños eran los cumplidos más hermosos. Una vez la abuela le preguntó a Mireyita si la quería:

- Si - Contestó ella.

-¿Y cuanto me quiere usted?-preguntó la abuela, inocentemente...

-Yo la quiero tanto, que la llevaría al campo y la amarraría con un cordel como un chanchito, para que coma pastito...

Lo que sigue fue un reto que dejó esta escena grabada en la memoria de Mireyita, hasta ser contada a su descendencia...

De pequeña, Mireyita acompañaba a su mamá a la feria. La señora Melania vivía con sus siete hijos en una casa con un gran sitio, en el cual abundaban los árboles frutales de donde se sacaba la mercadería que sería un sustento importante para la familia, luego del fallecimiento de don Carlos.

De don Carlos Mireyita recuerda que él la levantaba como a las cinco de la mañana; Muerta de cansancio, el la sentaba en la mesa de la cocina (aquellas construcciones de adobe donde el hollín está acumulado en el techo, dándole un aspecto grasiento, pero al mismo tiempo bastante hogareño) mientras él se servía desayuno y a ella le daba un pavo: Una mezcla de harina tostada con agua caliente y azúcar, que también puede ser acompañada con leche. Luego la volvía a acostar en su cama para que siguiera durmiendo, mientras el se despedía a su trabajo en el campo.

Al colegio ella iba de oyente. Le llamaban la atención los libros de sus hermanos. Se acuerda tristemente cuando la profesora le ponía puros cuatro en los dibujos que ella hacía en su cuaderno. Un día llegó llorando a su casa porque se le perdió uno de sus zapatos nuevos camino al colegio. 

La escuelita de Guarilihue, en la cual estaban todos los niños de todos los niveles en una misma sala (lo cual sucede hasta nuestros días en algunas localidades), había escolaridad hasta el séptimo básico, por lo que para continuar sus estudios se fué al colegio de Coelemu. Vivió en ese tiempo en la casa de la tía Carlina con el primo José. Allí recuerda que no le dejaban cocinar, no le dejaban tener amigos hombres, no le permitían una pila de cosas...

Es quizás en esta época, donde la Mireyita comenzaron a pasarle las cosas más interesantes de su vida, Aquellas que como ella a mi, la marcaron....