domingo, 10 de mayo de 2009

Soy mi Peor Profesor: Identidad y Perdón

Señor:
En estos momentos cuando me veo obligado a tomar una desición por mi vida, te escojo a tí. Y lo hago no porque sea el más valiente (lo del asesinato hacia mi, por tí, tú sabes el nivel de seriedad que tiene) ya que es realmente fuerte lo que sucede entre nosotros; sabes que no se si sea capaz de soportar tanto... Sabes también que no soy el más fiel de tus pequeñitos y que me identifico más con el desordenado hipócrita de la clase que con el más obediente mateo o el sociable dicharachero...
En estos diítas se ha hecho más patente en mí esto de la identidad. De asumir una manera particular, única e irrepetible, pero al mismo tiempo consensuada con los actores de un contexto, de llevar la vida. En este caso, creo que deberías tú ocupar, de entre todos estos actores, el lugar más importante, en esta obra de arte a la que llamamos vida.

¿Qué significa identidad? Hemos dejado de lado el escencialismo platónico hace rato, para que el dialéctico tome un lugar importante, por lo mismo no expreso mi respuesta en términos de "la identidad es...", sino de "la identidad tiene relación con...". Así que démosle po'... La identidad tiene relación con la manera de cómo conducir la vida, de qué manera un individuo siente pertenencia hacia determinadas acciones, con el consecuente rechazo hacia otras, llegando a sentirlas como propias. De esta manera, el conjunto de acciones potencialmente incorporables a la persona se van internalizando a través de la práctica repetida, repercutiendo en el individuo de manera en cómo se visualiza a sí mismo, pudiendo generar una base para la incorporación de futuras acciones con las que exista algún nivel de afinidad...

Señor. Tú sabes cómo me ves. Yo parece que todavía no me veo como tú lo haces. Porque sino, sabes que tendría una mayor facilidad para incorporar a las acciones que se relacionan con tu obediencia, con tu servicio, con el compartir tu amor.

Tú me ves de una manera que es muy demasiado distinta. Tanto que pareciera que estamos hablando de dos personas diferentes, de algún alcance de nombre o un error en la ficha de la vida. Pareciera que hablamos de dos estudiantes distintos, pero tiendo a dudar de mi observación, como hago siempre que hay alguien más experimentado dándome su opinión sobre el mismo tema. Así que callo ante tí y callo ante nuestro estudiante, ante nuestro Tuto. Y te pregunto en nuestra entrevista al final de la clase, dentro de la sala, solos los tres, ¿qué es lo que podemos hacer por él? ¿hay algún camino a la rehabilitación para él o es nuestro caso perdido? Allí es cuando tú lo abrazas y le dices que lo amas incansablemente, te sientas junto a él y le preguntas cómo es que se siente. Sacas de tu bolso unas galletas Tuareg y un Kapo de manzana (sólo tú sabes cuánto le gustan) y esperas su respuesta. Ves cómo quiere comenzar a dar explicaciones y a justificarse, a hechar mano de argumentaciones que él ve como únicas del por qué hizo lo que hizo. Y de pronto nuestro estudiante, sin haber probado la comida y sin haber dicho ninguna cosa, se pone a llorar... Me acerco con un poco de confort de ese que siempre traigo en el bolsillo y pareciera que su pena se incrementa más... Yo se por qué... Entonces tú lo abrazas y yo como profe no se qué hacer. Porque tu forma de disciplinarlo es demasiado distinta de la que siempre he ocupado con él... Y de la nada nuestro chico saca de su mochila un cuaderno y un lápiz pasta rojo y como no puede hablar comienza a escribir todo lo que le pasa... Su lápiz se mueve incesante sobre la hoja.
No puedo dejar de notar que afuera de la sala está nublado y que se está entrando el frío, pero nuestro pequeño no se inmuta, no le conmueve el vientecillo helado que entra al salón. Su rostro rojo y deformado por la pena (que pareciese la) más amarga de su vida, pierde la atención del papel. Su mano ya soltó el lápiz bic color rojo. Y se recarga en tí.
Al mirarte con el rostro tibio y humedecido, dejando entrever que aunque se jura grande no es más maduro que cualquiera de su edad, y que es más vulnerable que cualquier niño de días, ya no te habla con palabras, porque no hay ninguna ya. Porque a pesar de tener muchas no se atreve a utilizar ninguna... Y no quiere racionalizar ninguna. Desde la puerta me acerco hacia ustedes y no puedo no conmoverme con la escena. Quiero abrazar a este pequeñín, a tu pequeñín, pero no me atrevo. Esta criaturita tuya ya ha sido perdonada por todo lo que hizo y ante mi discípulo me siento indigno... Me haces una seña de que me acerque...

Qué distintos modelos pedagógicos usamos para tratar a nuestro pequeño. Qué diferentes maneras tenemos de visualizar a nuestro enseñado... Es porque lo concebimos de maneras distintas... Es porque la forma en cómo me miro es muy distinta, como con un espejo de esos en los que Pablo de Tarso se miraba en sus días.

Lo que el Tuto te decía sin palabras, mientras lloraba entre tus brazos era:
"Señor. Ayúdame a verme como tú me miras, para no tener que estar bajo mi puro escrutinio y bajo mi "cuidado". Afírma en mi tus maneras, tus formas: La Vida tuya, y no me dejes sólo ante este profe pesado, que pareciera no entenderme, que pareciera desatender las cosas más fundamentales. Líbrame de él y restauralo también, porque te necesita. Pérdónalo Señor, porque no sabe cómo enseñarme y ayúdame a perdonarlo a mí también, para que me trate de una forma diferente desde ahora en adelante..."

Al enterarme de ello no hay palabras.

1 comentario:

JamesRock7 dijo...

Mmm...

veo que estás en pleno proceso de saltar del viejo hombre Tuto al nuevo... Cristóbal??

No sé, aunque creo que por ahí va la cosa.

Sigue adelante no más, y no le hagas tanto caso a ese viejo pesao que no sabe qué dice Marvua...

jajaja

Y recuerda que tienes amigos a tu alrededor listos a darte tu ración de Tuareg con Kapo de manzana.

Un abrazo.

Oye, hace mucho no hablamos.

Te quiero amigo.

Jaime.